Leitza, Nafarroa
Aztikeria, la hechicería, se utilizaba,
y aún se utiliza en algunos pueblos vascos, tanto para lanzar un mal de ojo
(birao) como para curar una hernia o un hueso roto, o para descubrir a un
ladrón mediante el adur, el vehículo mágico de transmisión.
Era creencia popular entre los vascos
que la maldición podía transmitirse por mediación de un objeto: una vela de
cera representaba el cuerpo humano, y su luz era el espíritu. También podía
utilizarse una moneda que tuviera una imagen; así, por ejemplo, para averiguar
quién era el autor de un robo se retorcía una moneda y se tiraba al fuego,
esperando que el culpable se encorvase al igual que la moneda.
Ocurrió una vez en Leitza, en Navarra, durante
la recolección de la manzana. Los señores de la casa Marikurrenea llamaron a
sus vecinos para que les ayudaran, tal como era la costumbre.
Después
de trabajar unas cuantas horas, los dueños del manzanal, en señal de amistad y
agradecimiento, ofrecieron a sus vecinos una copiosa merienda.
Una de
las vecinas se ofreció a ayudar a la señora de la casa a servir la merienda y a
atender a los comensales. Sirvió el vino en un platillo de plata llamado
“barquillo”, objeto valioso y antiguo que se utilizaba en ocasiones especiales.
Cuando hubo acabado, colocó el barquillo en el borde del huevo de un viejo
manzano y se olvidó de él. Al anochecer se recogió la vajilla y los restos de
la merienda, y cada cual regresó a su casa.
Allí
quedó el barquillo, olvidado.
Al
lavar la vajilla, la señora de la casa se dio cuenta que faltaba el barquillo
de plata, y se lo dijo al marido.
—Nos
falta el barquillo. ¡No lo encuentro por ningún lado!
—¿Qué
dices? —exclamó él—, ¡No puede ser! El barquillo era del abuelo de mi abuelo, y
tiene que aparecer. ¿Quién lo ha utilizado?
La
mujer pensó durante un rato.
—Nuestra
vecina se ha encargado de servir el vino en el barquillo —recordó.
Fueron
pues a preguntarle a la vecina dónde había dejado el objeto, pero la vecina no
recordaba nada, y los de Marikurrenea volvieron a su caserío. No estaban
conformes con la respuesta, estaban seguros de que la vecina era la ladrona, y
para probarlo hicieron uso de la magia. Cogieron una vela y la retorcieron.
—Que el
ladrón del barquillo se consuma, igual que se consume esta vela —dijeron antes
de echarla al fuego.
Al día
siguiente fueron de nuevo a casa de la vecina, esperando encontrarla enferma,
pero la mujer estaba tan sana como la víspera. En cambio, en el manzanal se
secó de pronto un viejo manzano. Extrañado, el marido taló el manzano y, ante
su sorpresa, encontró el barquillo en el interior del tronco.
La fuerza mágica, el adur, había
actuado sobre el “ladrón” del objeto: el viejo árbol..
Martinez de Lezea, Toti - Leyendas de Euskal Herria