¿Existió una religión singular en Vasconia?
En este apartado vamos a intentar deducir si realmente ha existido una religión singular del pueblo vascón, y la naturaleza que pudo adquirir esa devoción. Primeramente se intentará definir la mitología, la religión, y sus vínculos o correspondencias. A continuación, analizaremos distintas épocas pretéritas de este pueblo, desde el paleolítico hasta la actualidad, con especial atención a la ideología espiritual transmitida por otras culturas, para finalmente hablar sobre la existencia o ausencia de dicha creencia religiosa distintiva.
Mitología y religión
Los mitos son relatos basados en la tradición cultural de un pueblo que se han ido transmitiendo de generación en generación y se han integrado en su memoria colectiva. Principalmente, han sido creados para interpretar el origen del mundo, los fenómenos naturales, la muerte y el nacimiento, y otras cuestiones trascendentales que para el ser humano no tienen una explicación comprensible. En estas interpretaciones de la realidad frecuentemente participan seres con poderes sobrehumanos que hacen posibles dichos fenómenos o sucesos naturales. Aunque, todos los mitos no tienen por qué tener este propósito explicativo, ya que muchos mitos son simplemente leyendas basadas en historias magnificadas. En definitiva, los mitos son hechos y explicaciones inventados por el ser humano que no son verificables de manera objetiva.
Al conjunto de mitos y leyendas de una tradición cultural o una religión se le denomina mitología.
Las religiones, en general, son sistemas de normas y valores humanos basados en la creencia de un orden sobrehumano relacionado con divinidades o la autotrascendencia. La mayoría de las religiones están basadas en mitos, y a su vez, muchas mitologías están relacionadas con alguna religión practicada anteriormente. Las religiones implican un conjunto de creencias y ritos dirigidos por personas pertenecientes a una estructura organizativa, y practicadas por un colectivo que vive tal como dicha religión le aconseja o exige.
En la mitología y la religión las bases epistémicas -el razonamiento sobre los hechos o información de la realidad en general- son similares. Pero las religiones poseen una estructura sacerdotal, lugares de culto, prácticas rituales estables, y dogmas y normas de conducta. Dichas normas deben de ser cumplidas por sus devotos, sin cuestionar la base mitológica de las afirmaciones que proclama su religión.
Por otra parte, las religiones que han sido practicadas históricamente por un grupo humano y que en la actualidad carecen de creyentes, suelen ser calificadas como mitologías.
Paleolítico
Las pinturas rupestres prehistóricas del Paleolítico son los primeros indicios para pensar que la población Pirenaico-Cantábrica contaba con unas creencias espirituales-religiosas desde hace milenios. El llamado arte franco-cantábrico de la pintura rupestre prehistórica del Paleolítico superior, geográficamente se extendió por la cornisa cantábrica, el Pirineo, y el suroeste de Francia; curiosamente, teniendo como centro geográfico las tierras vasconas. La máxima riqueza expresiva se alcanza en la época magdaleniense (13.500 - 9.000 a.C.) en cuevas como Altamira y El Castillo (Cantabria), Tito Bustillo (Asturias), Santimamiñe y Ekain (País Vasco), Niaux (Ariege, en el Pirineo) o Lascaux y Chauvet-Pont d’Acr (Dordoña). Las más antiguas de Europa se encuentran en Altxerri (Aia, Gipuzkoa) de hace 39.000 años y en El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria) de hace 40.000-50.000 años. Se han expuesto múltiples hipótesis para esclarecer el significado o razón por la que pintaron estas bellísimas figuras naturalistas de animales. La más reconocida declara que eran expresiones de rituales mágicos, y que dichas figuras tenían un significado totémico de identidad del clan o relacionadas con la fertilidad.
Recientemente, Xabier Gezuraga, en su estudio sobre los grabados de la cueva de Armintxe (Lekeitio) propone que muchas de las imágenes rupestres paleolíticas son representaciones de calendarios: “Los grabados representaban un calendario, los animales no eran simples animales, eran parte de un sistema para representar periodos de tiempo. (...) lo que a priori parecía un sencillo calendario, resultó ser un complejo sistema en el que utilizaban los ciclos de la Luna, el Sol y las constelaciones de la Vía Láctea.” (GEZURAGA, 2020).
En cualquier caso, es evidente que estas expresiones artísticas hay que enmarcarlas dentro de rituales mágicos, donde los animales y figuras dibujadas son representaciones simbólicas relacionadas con creencias espirituales-religiosas animistas.
Los humanos de esta época eran cazadores-recolectores y vivían en simbiosis con el resto de los seres del entorno, no se sentían superiores a otras especies, eran un elemento más del conjunto de la naturaleza. Entendían que todos los elementos de su mundo tenían su ser, su alma, y en cada lugar, idolatraban a distintos elementos de la naturaleza (un animal, un árbol, una montaña, etc.) y, tal vez, a un ser supremo que representaba toda ella, la madre tierra o la madre naturaleza. Cabe suponer que en estas tierras las creencias religiosas en el Paleolítico fueron similares a los cazadores-recolectores de otras latitudes.
Estos pueblos cantábrico-pirenaicos seguirán manteniendo su mundo mítico-religioso, y creando otros mitos, adaptándose a los tiempos y a la llegada de otras creencias traídas por personas foráneas pertenecientes a otras culturas.
Neolítico
El Neolítico se caracteriza por la llegada del modo de vida agrícola y ganadera. Esto hizo pensar al homo sapiens que podían dominar a ciertas especies de animales y plantas, y la relación con la naturaleza cambió: los humanos ya no eran uno más dentro del ecosistema donde vivían, sino que se sentían superiores al resto, ya que la podían manipular. Pero fueron conscientes de que no era posible controlar la naturaleza, ya que las cosechas estaban a merced de factores meteorológicos y epidemias. Los agricultores y ganaderos necesitaban ayuda de seres superiores y crearon sus divinidades relacionadas con la fertilidad, las cosechas, el cielo, el sol, los fenómenos meteorológicos, la guerra, etc. Las creencias religiosas animistas que perduraron miles de años en las tribus cazadoras-recolectoras evolucionaron a sistemas de creencias politeístas.
En el Neolítico, la llegada de migraciones indoeuropeas que trajeron la agricultura y la ganadería, (5.500-2-500 a.C.), originó enormes cambios en la vida de la población de estas tierras. Según las últimas investigaciones, sobre el año 3000 a.C., se produjo una gran migración que influyó enormemente en toda la península. El mejor testigo de estas migraciones es la cultura del Vaso Campaniforme, que se extendió por toda Europa en el Calcolítico. Estas culturas que venían de oriente, trajeron cambios socio-culturales en la vida de la población en todo el territorio: estratificación de la sociedad, jefaturas masculinas, enterramientos individuales, etc. Pero sin duda, también introdujeron sus mitos y su religión, basada en las deidades celestes-solares y masculinas, en contraposición con las creencias telúrico-naturalistas y matrilineales que tenían los habitantes indígenas cazadores-recolectores.
En la época de estos procesos migratorios tan importantes llegó a tierras vasconas la cultura megalítica (3.500 - 1.800 a.C.), e introdujo una amplia serie de construcciones monumentales, los dólmenes, en su mayoría como depósitos funerarios colectivos y en otros casos con destinos rituales o conmemorativos. Estas nuevas costumbres rituales, sin duda, vinieron con nuevas creencias religiosas que influyeron en el substrato espiritual existente.
Edad de los metales
En la Edad de Bronce y en la Edad de Hierro, llegan los pueblos de cultura céltica que procedían del eje atlántico. A estas influencias, herederas de las migraciones indoeuropeas, corresponden creencias y ritos asociados al armamento como símbolo de una clase guerrera, con rituales como ofrendas de armas a las aguas; al enterramiento individual, probablemente asociado a la heroización del antepasado; al culto solar, a las peñas “sacras” y a divinidades celestes de tipo céltico. A este substrato pudieran pertenecer también divinidades de las aguas, especialmente de fuentes, ríos y lagos, que en el mundo indoeuropeo simbolizaban el paso al Más Allá, cuyos nombres han conservado hidrónimos protocélticos como Deva, Navia, etc.
Asimismo, de este mismo substrato, parecen proceder otras tradiciones profundamente arraigadas en el acervo mitológico vasco, como por ejemplo, la sacralidad de ciertos robles o encinas que son considerados símbolos de la divinidad. De hecho, entre los indoeuropeos, el Quercus era la representación del eje de conexión entre el cielo y la tierra, y de la manifestación de la divinidad, consecuencia de ser un lugar de reunión sacra con funciones legislativas.
En el territorio comprendido entre el río Leizaran, empezando desde Gipuzkoa, y a lo largo de los Pirineos hasta Andorra, se consolida un fenómeno funerario particular, que en otros lugares de Europa también encontramos: los cromlech. Se han localizado casi 1500 recintos sepulcrales individuales de este tipo en dicha área pirenaica. Lo que nos hace pensar en ciertas costumbres rituales singulares vinculadas a cultos religiosos de esta población. Estas construcciones también se han relacionado con la astronomía, sugiriendo que podrían haber sido observatorios de las estrellas o de los ciclos de la Luna.
A lo largo del milenio I a.C., vino la invasión de gente guerrera que conocemos como Celtíberos, de etnia, cultura y lengua celta, que dominaban el hierro, la cerámica a torno y el urbanismo. La influencia celtíbera se introdujo en Vasconia en la zona noroeste, afectando sobre todo a las provincias actuales de Bizkaia, Araba, Gipuzkoa y occidente de Nafarroa.
Todas estas influencias indoeuropeas afectaron de distinta manera al territorio que hoy en día conocemos como Vasconia o Euskal Herria. Las fuentes históricas romanas del siglo I a.C. describen un territorio fragmentado: los Autrigones, por el Este de Cantabria, el Oeste de Vizcaya y Álava y el Norte de Burgos; el resto de Vizcaya hasta el río Deva lo ocupaban los Caristios, extendiéndose hasta el centro de Álava; los Várdulos ocupaban Guipúzcoa y el Nordeste de Álava; la mayor parte de la Rioja era el solar de los Berones; al Este del río Leizarán y a partir del Pirineo se extendía el Saltus Vasconum. Los Vascones se extendían desde la Gipuzkoa oriental hasta la altura de Huesca con penetraciones hasta el río Ebro. Los Aquitanos ocupaban la cuenca meridional del Garona, tal como indica Julio César.
Los Várdulos, Caristios y Autrigones podrían ser de estirpe éuskara, pero con gran influencia indoeuropea y/o con asentamientos de población indoeuropea, según indica la toponimia y los antropónimos. No podemos certificar cuáles eran las lenguas que se hablaban, ni sobre que sustrato lingüístico-cultural se implantaron todas estas penetraciones celtas, pero se vislumbra una gran heterogeneidad cultural. Mientras que Vascones y Aquitanos eran claramente poblaciones éuskaras. Al Oeste del territorio vascón, se aprecia una gran influencia celtíbera, y al este, una población de etnia ibera. Sin embargo, resulta difícil diferenciar a unos con otros respecto a sus formas culturales y sus estructuras sociales e ideológicas, dada su celtización y adopción de vida cada vez más próxima a la urbana, en aquella época relacionadas con la cultura celta.
En el siglo I a. C. Estrabón, al hablar de cuestiones etnográficas, escribe sobre los dioses que reverenciaban los pueblos del norte de la península. Menciona que para los celtíberos y los pueblos que lindan con ellos por el norte, es decir, Berones, Autrigones, Caristios, Várdulos y Vascones, tienen cierta divinidad innominada.
“Según ciertos autores, los kallaikoí son ateos; mas no así los keltíberes y los otros pueblos que lindan con ellos por el Norte, todos los cuales tienen cierta divinidad innominada, a la que, en las noches de luna llena, las familias rinden culto danzando hasta el amanecer ante las puertas de sus casas.” (CANTO, 2005)
También revela que esos habitantes de las montañas sacrifican grandes cantidades de chivos, cautivos de guerra y caballos al dios Ares. Este dios griego, equivalente al dios Marte en el panteón romano, era el dios de la violencia y agresividad en la guerra. (PÉREZ DE LABORDA, 2007)
En la Edad de los Metales, los pueblos cántabro-pirenaicos recibieron mayoritariamente influencias celtas en épocas consecutivas.
Romanización
A principios del siglo I a.C., cuando llevaban casi cien años ocupando algunas comarcas del valle del Ebro, los romanos comienzan la conquista de Vasconia. Ante la llegada de la gran potencia romana, los vascones no se enfrentaron a las legiones. Las relaciones con los romanos comienzan con la familia Pompeius, con Pompeius Strabo, quien le da nombre a Pamplona, Pompeiopolis. La romanización fue desigual en territorio vascón: muy intensa en las zonas de cultivo (ager), entre Pamplona y el río Ebro, y menor en la zona montañosa (saltus), entre Pamplona y los Pirineos.
Respecto al actual País Vasco, la romanización fue temprana en el sur de Álava, tierra de Berones, ya que desde el siglo I. a. C. queda reflejada la administración militar y política romana. En la desembocadura del río Bidasoa, en Guipúzcoa, Oiasso fue una ciudad portuaria importante para los romanos incluso antes de nuestra era. En Vizcaya, en las faldas de Sollube se han encontrado restos arqueológicos que indican una romanización más tardía. Sin embargo, sobre los valles superiores a los ríos Oria, Urola y Nervión tenemos información exigua. Existen ciertos topónimos de etimología latina, como Zeberio (de Severianus) y términos finalizados en el sufijo -ano (Artiñano, Argiñano, Barbatxano …). Y en Amurrio, en el yacimiento de Elexazar se encontró una moneda del emperador Alejandro Severo, en las excavaciones de un poblado romano del s. I-III d.C. Por lo que no se sabe si la romanización tuvo escasa incidencia o no se han encontrado evidencias de ella.
Los pueblos aquitanos, después de salir invictos ante varias incursiones romanas, a mediados del siglo I se doblegaron ante las legiones de César, dando comienzo a la romanización.
La cultura romana fue asimilada con facilidad, aunque de manera muy dispar, y trajo grandes avances culturales a los pueblos indígenas: las vías de comunicación (calzadas), estructura social, el urbanismo con la fundación de villas y ciudades, la moneda, la escritura, etc. También instauraron su idioma, sus costumbres y sus dioses.
Respecto a la escritura, el hallazgo de la mano de Irulegi certifica que los vascones dominaban la escritura antes de la llegada de los romanos. La mano de Irulegi es una placa de bronce con forma de mano extendida, del siglo I a.C., con cuatro líneas en escritura vascónica, parecida a la epigrafía ibérica nororiental. La lengua usada en ella fue definida por los especialistas como «vascónico» y relacionada con la lengua vasca actual.
Ante la variedad cultural en el territorio, en los albores de nuestra era, los Romanos se encontraron dos mundos religiosos diferenciados: una tradición religioso-mitológica nativa, singular, éuskara, y, por otra parte, unas creencias espirituales indoeuropeas. Después de comparar las deidades que aparecen en las inscripciones romanas, Gorrochategui y Ramírez (2013), llegan a estas conclusiones:
“La comparación de las creencias religiosas de los vascones con las de sus vecinos (várdulos, caristios, autrigones, berones, celtíberos y aquitanos) constata: a) que los vascones tuvieron unas creencias peculiares y distintivas: peculiares, porque su etimología no tiene explicación por el indoeuropeo y parecen referirse a fuerzas naturales o a ciertos animales totémicos; b) que lingüísticamente se relacionan estrechamente con sus vecinos septentrionales, ya que ambos pueblos, a pesar de las cautelas insoslayables sobre las interpretaciones etimológicas, coinciden en exclusiva en tener dioses de nombre “éuskaro”, relacionados, además, con las fuerzas de la naturaleza. Muy distinto es el caso de los demás vecinos, cuyas divinidades se explican, tanto etimológica como funcionalmente, en el ámbito indoeuropeo: c) que, sociológicamente, son los autóctonos los que han conservado estas creencias, incluso en un ambiente ya romanizado. Los pueblos hispánicos han adoptado, de forma casi generalizada, la estructura y onomástica latina, pero dejan percibir su origen autóctono en la mayoría de los casos. Los aquitanos presentan un indigenismo mucho más acusado: tan sólo un tercio ha adoptado la estructura y onomástica romana.”
El hallazgo de altares y otras inscripciones dedicadas a dioses propiamente vascones y aquitanos, nos da la certeza de que antes de nuestra era existía una religiosidad vascona naturalista y politeísta. Es cierto que vascones y aquitanos no tienen dioses en común, pero compartían la adoración a deidades relacionadas con la naturaleza.
Entre los teónimos aquitanos dedicados a árboles o al bosque, tenemos a Baeserte deo (puede estar relacionado con baso “bosque” o basurde “jabali" en euskera), Argeioni bassari deo (presuntamente de baso), Sex Arboribus (seis árboles), Arixoni (haritza, roble en euskera), deus Robur (roble, en latín), Artehe (arte, encina en euskera), Leheren[o] (tal vez relacionado con ler, pino), Fagus (haya, en latín), Abellioni (probablemente manzano, en celta) y Silvanus (dios de los bosques), a las montañas Montibus Ageioni, Acerion, Silvano deo et Montibus Nimidis, Garri, Mont Sacon. Relacionados con estos encontramos gran cantidad de dedicatorias a los dioses Silvano y Diana.
Respecto al culto al bosque y a árboles concretos, Marco Simón (2007) opina: “Toda esta documentación está expresando no sólo la importancia del bosque y del árbol sagrados entre los aquitanos de los Pirineos centrales, sino también en mi opinión el proceso de individuación de este espacio sagrado característico de los santuarios y de su conversión en divinidades antropomorfizadas.”
También existían deidades relacionadas con el mundo animal como Idiatte (relacionado con idi, buey), Astoilun- / no deo (relacionado con asto ilun, burro oscuro), Aherbelste deo (tal vez aker beltz, macho cabrío negro), que pueden ser animales totémicos adorados.
La veneración de deidades vinculadas a fuentes y manantiales se documenta a través de las Ninfas, o la dedicatoria a Ilixo (relacionada con ríos o fuentes), o a las Fontibus de Castillon d’Arboust.
También encontramos una dedicatoria a fenómenos naturales como los vientos, Ventis.
Otras divinidades indígenas parecen estar relacionadas con la explotación económica: Erriapus con el mármol, Ageius con la siderurgia, y quizás Fagus con la explotación forestal.
La deidad indígena Erge, focalizada en Montsérié (Pirineo central), es de carácter desconocido, pero adorada sobre todo por mujeres de estirpe aquitana.
En tierra de vascones encontramos Selatse (zelai, campo/prado en euskera), Larrahe (larre, pastizal en euskera), Urde (urde, cerdo en euskera), Itsacurrinne (presuntamente txakur, perro en euskera), Peremusta (presuntamente páramo) y de significado desconocido Losa/Loxa, Lacubegi y Errensae. Las imágenes de bóvido esculpido en la Lacubegi indican algún tipo de culto relacionado con el toro. En su conjunto parece que los vascones veneraban a dioses de la actividad agrícola, a algunos animales totémicos importantes para la actividad humana, a accidentes geográficos y a divinidades locales.
La historiadora Eva Tobalina (2009), en una interesante investigación sobre la religiosidad de los vascones, declara: “parece que el carácter de las deidades indígenas que recibían culto en el territorio atribuido a los vascones guardaba una fuerte relación con el entorno físico”. Parece ser que el culto era muy local, vinculado con elementos del entorno natural cercano.
Cabe mencionar que la religión celta de la península (ALMAGRO, 2005) también estaba relacionada con cultos a elementos de la naturaleza: piedras (altares rupestres), montes, corrientes de agua, etc… y de un culto a un dios sin nombre relacionado con la luna. Es esta falta de antropomorfia en su panteón de divinidades la que hizo creer a Estrabón que no tenían dioses.
Según Gorrochategui (GORROCHATEGUI, RAMÍREZ, 2013) el más difícil de interpretar es el panteón de caristios y várdulos, actuales Gipuzkoa, Bizkaia y norte de Araba. En los escasos testimonios que se han encontrado, sólo podemos identificar Tullonio (Araba) y Baelibio (La Rioja), en tierras de Berones, que probablemente correspondan a divinidades locales relacionadas con montañas, ya que en la actualidad se conservan en los nombres de la Sierra de Toloño y del monte Bilibio. Por otra parte están Helasse (relacionado con Selatse vascón) en Miñano Menor (Araba) e Ivilia en Forua (Bizkaia), en tierras de Caristios, que parecen tener una etimología éuskara. El hecho de que Várdulos y Caristios no se identifiquen con el panteón indoeuropeo-céltico, a diferencia de Berones y Autrigones, y si con el vascón, por muy insignificante que sea la relación, crea dudas de la estirpe de estas tribus. Puede que tuvieran asimilada la cultura celta en cuanto a costumbres y modo de vida, pero no en las creencias espirituales.
Podemos pensar que detrás de los numerosos teónimos latinos hallados, se puede ocultar la pervivencia de deidades indígenas, que al tener características similares, se interpretaron con una divinidad romana, produciendo así un proceso de asimilación o sincretismo. Cuando se realizaron estas inscripciones, el proceso de romanización estaba muy avanzado en casi todo el territorio, por lo que gran parte de la población indígena que vivía en las urbes había asimilado las creencias religiosas romanas. Justamente, la población indígena con cierto estatus que vivía en las ciudades y que tenía posibilidades económicas de asumir estas dedicatorias y altares, será la más romanizada. Sin embargo, desconocemos el culto que profesaba el pueblo llano, los labradores y los ganaderos que ocupaban las zonas rurales y montañosas.
El análisis de la distribución de los teónimos en Aquitania, refleja claramente una bipartición espacial entre la ciudad y el territorio con claro predominio de las divinidades romanas en Lugdunum y de las ancestrales en la zona pirenaica. Así lo indica Gorrochategui (1989): “Los teónimos aquitanos tienden a documentarse en zonas más próximas a los Pirineos, de modo que resulta francamente escasa la nómina de una sola divinidad indígena en Auch (Alardosto), donde por contra la documentación de antropónimos aquitanos es notable.”
Esto nos muestra que la población indígena de las zonas montañosas continuaba adorando a deidades prerromanas.
En la parte peninsular, la mayoría de las inscripciones indígenas se sitúan en la Navarra Media occidental. Teniendo en cuenta que en la zona montañosa de Navarra no se han encontrado inscripciones de deidades, la situación puede ser análoga a la zona septentrional, y la romanización religiosa no fue tan profunda en zonas rurales y montañosas del País Vasco y Navarra.
La ausencia de altares a las Matres en territorio vascón y aquitano es significativa; aparece únicamente una Mater Magna (San Martín de Unx), la cual puede ser equivalente a Magna Mater, presente en otros lugares de la península, y Mater dea en Veleia. Sin embargo, es frecuente en las provincias romanas norteñas (Bélgica 3, Britania 59, Germania 50) y en la Narbonense (24 altares), así como en Hispania Citerior (21 dedicaciones) y en territorio berón y celtíbero también existen. Pero en los Pirineos, en la Aquitania meridional y el territorio vascón hay un vacío significativo respecto a la Diosa Madre romana.
En las excavaciones que se realizaron en la villa de Arellano, en la Navarra media, se ha encontrado un taurobolio de culto a la diosa griega Cibeles. Era la diosa de la Tierra Madre y era considerada la personificación de la fértil tierra, diosa de las cavernas y las montañas, de la Naturaleza y los animales. Su equivalente romana era Magna Mater.
En el siglo IV, el poeta latino Avieno habla en sus crónicas de un cabo en el Golfo de Vizcaya en el que se veneraba a la diosa Venus. Dice que dicho cabo tenía dos pequeñas islas desiertas en sus cercanías, un santuario que ha sido buscado sin resultado en las estribaciones del Cabo Higuer, cercano al estuario del río Bidasoa. (Perez de Laborda, 2007)
La ausencia de una deidad femenina relevante es insólita, especialmente teniendo en cuenta la creencia neolítica en una Diosa Madre, y el mito de Mari, tan importante en la mitología éuskara reciente. ¿Tendrá esta omisión algún significado? o ¿Es la omisión debido a que todos los demás cultos a elementos naturales eran representaciones de ese gran ente espiritual innombrable, que menciona Estrabón, que abarcaba toda la naturaleza y sus elementos?
Resumiendo, los Vascones y Aquitanos se tuvieron que acomodar a las estructuras económicas, políticas y culturales del Imperio Romano, y asimilaron los modos de expresión de la religión romana. Pero la población autóctona, aún incorporando deidades romanas a su panteón religioso, continuó adorando a sus antiguos dioses, con más arraigo en las zonas montañosas pirenaicas debido a la menor intensidad de la romanización. No sabemos con certeza si había una uniformidad de creencias o si cada ciudad o comarca tenía su divinidad protectora. Pero las distintas fuentes que hemos citado nos permiten deducir que no había nada parecido a una religión como la gala: con su clase sacerdotal de druidas y su teología bien estructurada. En general, podemos concluir que poseían creencias politeístas y que su religiosidad, procedente de la Edad de Hierro, era de carácter naturalista. La población indígena no poseía divinidades antropomorfizadas y adoraban a elementos del medio físico, como específicas clases de árboles y el bosque, a campos y prados relacionados con la agricultura, a montes, fuentes y manantiales, a animales totémicos, y al viento.
Podemos concluir afirmando que en esa época existió en Vasconia una religión heterogénea, con deidades nativas y romanas, con influencias de culto romanos.
Visigodos y francos
En el siglo III comienza la expansión de los pueblos germánicos situados en la frontera norte del imperio romano: al norte del Rin y del Danubio. Las primeras oleadas bárbaras que llegaron a las tierras vasconas fueron durante la segunda mitad del siglo III, y se dedicaron exclusivamente a arrasar, robar y saquear, antes de volver rápidamente a sus comarcas de origen.
En el siglo V comienzan las invasiones que desmantelaron el régimen romano creado siglos atrás. En el año 409 d.C. los alanos, vándalos y suevos penetran en la península ibérica a través de los Pirineos. En 418 los visigodos se asientan en Aquitania. En 476 se le pone fin al Imperio Romano de Occidente. En 481, los visigodos ocupan Pamplona y otras ciudades vasconas. En 507 los francos derrotaron a los visigodos acabando con el reino visigodo de Tolosa (Toulouse). En consecuencia, los visigodos se centraron solamente en la península ibérica, y los Francos se instalaron en tierras aquitanas.
Respecto a estas invasiones de los pueblos bárbaros Juan Plazaola (2000) nos revela: “Como resumen de todo este período de guerras e invasiones, puede decirse que los Vascones, aunque víctimas de tan caótica situación, tuvieron que sentirse marginados en esta guerra entre bárbaros y romanos que, en el fondo, era el enfrentamiento de dos civilizaciones. Las irrupciones bárbaras no suscitaron el entusiasmo del pueblo vascón, liberado del yugo romano. Más bien desencadenaron una hostilidad general y continua a ambos lados de los Pirineos, una hostilidad generalizada que hizo posible en el pueblo vascón la conciencia de sus posibilidades de absoluta independencia, y que por primera vez en la historia, surgiera “un factor de unidad de poblaciones hasta entonces dispersas y casi separadas a despecho de una lengua y de una psicología fundamentalmente comunes en lo esencial” (...) “En adelante, la historia de Vasconia va a sufrir las consecuencias de ser bisagra entre dos pueblos distintos por su religión y su sistema político; porque el reino godo del Sur es por el momento arriano de religión y en lo político férreamente unitario, y los francos del norte son católicos y sufrirán varios repartos de los reinos entre los hijos de los reyes.”
En el año 602, los reyes francos Teodorico II y Teodeberto II constituyen el ducado de Vasconia. El duque Félix (660-670) se hace con el poder del Ducado de Vasconia, unido al de Aquitania, creando un ducado vascón-aquitano independiente con potencia militar y política importante, que abarcaba desde el río Garona (al norte) hasta la Navarra media (al sur) y desde Cantabria (al oeste) hasta Andorra (al este). Entre 816 y 819 se proclama jefe o duque el legendario Garzi-Eneco, y después de la tercera batalla de Roncesvalles de 824 se inaugura el reino de Pamplona, que posteriormente se denominaría reino de Navarra.
Durante cuatro siglos, los vascones mantuvieron una relación turbulenta con los visigodos y los francos, con incesantes enfrentamientos bélicos y breves intervalos de paz. Fueron períodos de dominación visigoda y franca intercalados con etapas de autonomía vascona-aquitana que propiciaron la unión de poblaciones éuskaras del norte y del sur de los Pirineos.
Según Esteban Moreno (2009), en esta época, la religiosidad del pueblo vascón fue reflejada en la literatura tardía latina (siglos IV-VII) : “los vascones fueron caracterizados por los autores tardíos como individuos significativamente aferrados a los cultos tradicionales de origen peregrino y renuentes a aceptar el cristianismo, ya que son representados paradigmas del paganismo, uniendo así entre sus rasgos étnicos la barbarie y la impiedad.”
La población, tras siglos de romanización, había adaptado los rituales romanos a las antiguas creencias indígenas, que para las élites cristianas de la época eran considerados cultos religiosos indígenas de extraño origen. Es evidente que no comulgaban con la nueva religión, el cristianismo, y fueron tachados de modelo del paganismo. Por otra parte, la literatura latina, empezando con Paulino de Nola (Burdeos, 355 - Nola 431), acusó recurrentemente a los vascones de bárbaros, salvajes, bandidos, ladrones e impíos, creando una mala reputación que cimentaron posteriores escritores.
No se sabe prácticamente nada en cuanto a las influencias religiosas-mitológicas que introdujeron los pueblos germánicos, pero no pudo ser tan importante como la romana, ya que los enfrentamientos bélicos por mantener la independencia de los vascones ante las invasiones francas y visigodas fueron constantes. Las evidencias arqueológicas son mínimas, puesto que únicamente se conservan los eremitorios. La conversión al catolicismo de estos pueblos fue temprana: se produjo inicialmente en el reino de los francos entre 496 y 506 con Clodoveo I; en 560 el de los suevos con Carriarico; y el de los visigodos en 587 con Recaredo. Pero podemos suponer que la población de estas etnias no asimiló el catolicismo con tanta celeridad y continuó con sus creencias originales.
A la cabeza del panteón religioso precristiano germánico estaba Odín, el más noble e importante, y a su lado Thor, dios del trueno y la fuerza, con su famoso martillo. El lingüista alemán Alexey Zytsar (1999) propone que el nombre del dios guerrero Odin, Wotan o Woden dio origen a la palabra (h)odei, ‘nube’ en euskera, pero no parte de la variante Odin sino de Woden o Wodan. Por tanto, esta deidad germánica pudo ser el origen del genio Hodei.
Cristianización
Los primeros testimonios religiosos católicos en territorio vascón se dan durante el Bajo Imperio en lugares de tradición urbana e intensa romanización, como es el caso de Calahorra (año 298 martirio de san Emeterio y Celedonio ). En Aquitania, según aparece en las actas de los concilios en los siglos VI y VII, ya existía una estructura eclesiástica desde el Pirineo hasta el Garona. Al Sur, en los concilios visigóticos no sólo hallamos a los obispos de Calahorra y Oca sino también a los de Pamplona. Pero hay constancia de que en las zonas pirenaicas, en el Saltus Vasconum, todavía en el siglo VII, no tenían ningún apego al cristianismo, y en la vertiente cantábrica, las autoridades episcopales tuvieron dificultades para ejercer su actividad.
Los primeros en asimilar la nueva religión fueron las familias aristocráticas que procedían de las urbes, y que se instalaron en zonas rurales durante la decadencia romana. El pueblo llano continuaba con sus creencias paganas con influencias del politeísmo romano. Entre los siglos V y VIII los grandes propietarios erigen iglesias familiares para el culto particular, por lo que se intuye que la cristianización era cosa de las elites sociales.
En esa época, tras la caída del Imperio Romano, decaen las urbes provocando así la vuelta a las zonas rurales, revitalizando las formas de vida autóctonas. Los vascones, paganos y culturalmente enfrentados a francos y visigodos, se oponían al cristianismo, que era la religión de los dominantes y un elemento más de la colonización. Por ejemplo, la asistencia de Pamplona a los concilios dependía de que la ciudad estuviera bajo el dominio visigodo o no.
Pero la apropiación de la monarquía pamplonesa por la dinastía Jimena (s. VIII) inicia un cambio en la política de relaciones que gira hacia las monarquías asturiana y carolingia. La monarquía pamplonesa buscará consolidar su poder político a través de la organización del espacio en diócesis (Calahorra, Tarazona, Pamplona, Álava, Baiona…). El reino vascón entra en el jerarquizado mundo medieval occidental, y con ello se da la expansión definitiva del cristianismo como sistema ideológico y religioso hegemónico.
En los siglos IX-X empiezan a construir iglesias en los núcleos urbanos por iniciativa de las comunidades campesinas o grupos de familias de estas aldeas. Las endebles estructuras de las primeras construcciones, compuestas fundamentalmente de tierra, paja y madera, fueron sustituidas por nuevos templos de piedra, a partir de la bonanza de los siglos XI y XII. En el reinado de Sancho VII el Fuerte (s. XII) se generalizaron los edificios de culto y en torno a 1200 se construyeron, prácticamente, la totalidad de los templos parroquiales de la Navarra media. (JIMENO ARANGUREN, 2008).
En un texto árabe que hace referencia a la expedición musulmana en tierras alavesas en 816, nos presentan a los «madchus» (paganos) como aliados de Alfonso II, y en 825 los árabes se habrían adentrado en Álava hasta «el monte de los Madchus o adoradores del fuego». Podemos deducir por estas alusiones, que en el siglo IX, en tierras alavesas existían núcleos de población pagana en zonas montañosas, lo que se puede extrapolar a otras zonas de Vasconia de similares características.
Al norte del Pirineo, para el final del primer milenio la cristianización era generalizada.
La política repobladora y de construcción de caminos por las montañas vascas comenzó en el siglo X, y se extendió en algunos casos hasta finales del XII. Hasta entonces, habían permanecido prácticamente aislados y sin núcleos urbanos próximos, por lo que sus gentes vivían en un estadio cultural con creencias religiosas paganas, en situación contraria al de los territorios circundantes. El Camino de Santiago supuso un fuerte impulso en la infraestructura viaria: renovando calzadas, construyendo puentes y dotando al territorio de una red de monasterios y ermitas, habilitados como albergues u hospitales para peregrinos.
Las descripciones del peregrino francés Aimeric Picaud resultan interesantes cuando, en el siglo XI, describe a los vascos de ambas vertientes del Pirineo como un pueblo rudo y de costumbres bárbaras. Aunque añadía que los navarros, término que incluía también a vizcaínos y alaveses, acudían a la iglesia para hacer una ofrenda a Dios de pan, vino, trigo, etc. Esta realidad, plenamente cristianizada hasta en los lugares más remotos, pervivió hasta las primeras décadas del siglo XX, en una situación de sincretismo religioso que une la ideología cristiana con creencias y ritos con raíces ancestrales. La realidad es que, el pueblo vascón ha vivido durante casi todo el segundo milenio de nuestra era con una convicción cristiana muy profunda.
Félix Placer (2010) describe de este modo la implantación de la religión católica en Vasconia:
“La cristiandad, sobre todo, en el último periodo de la Edad Media puede entenderse en general como un sistema social en el que, a diferencia del mundo moderno y secularizado actual, la religión y la Iglesia no actuaban como subsistema entre varios otros, sino como eje estructural de carácter central y sustentador de la sociedad en su totalidad, sin el que no podía funcionar la vida política ni social. La religión era el vinculum societatis y la base de una convivencia ordenada y en paz en el Estado y en la sociedad. La Corte estaba constituida por nobles, obispos y cancillerías. El territorio estaba encomendado a tenentes, barones o seniores, bajo la soberanía real, guardianes también de la cristiandad que adquirió tal poder mítico y simbólico que era política y socialmente imposible subsistir fuera de ella.”
Conclusiones
La religiosidad es un hecho antropológico, no es sólo teología, es historia. Hasta nuestros días, en los que los avances tecnológicos y científicos han respondido a muchas de las grandes incógnitas del ser humano, la investigación antropológica e histórica no ha encontrado pueblos que no fueran, de algún modo, religiosos. A lo largo de la historia, el ser humano ha tenido conciencia de su propia existencia y ha especulado que no se engendró a sí mismo, sino que todo lo que existe, incluidas las personas, han sido creadas por alguien o algo superior. El homo sapiens, en todas las latitudes y épocas, ha buscado las respuestas a las grandes incógnitas vitales en seres superiores que diesen amparo a sus miedos.
Evidentemente, la población de Vasconia ha tenido las mismas inquietudes que el resto de la humanidad y, desde tiempos remotos, han acudido a deidades o seres superiores que les guiaran. Por lo que, podemos intuir que los pueblos éuskaros han practicado una religiosidad y espiritualidad desde el principio de su ser.
La mitología de Vasconia es eminentemente naturalista. Las leyendas y seres mitológicos están estrechamente relacionados con la naturaleza, en general, o con fenómenos meteorológicos. Mari, la gran dama, domina los fenómenos meteorológicos y la naturaleza desde su morada telúrica; Lurra es la tierra, fundamento cosmogónico de la mitología de Vasconia; Urtzi está vinculado con los fenómenos celestes; Hodei con las tormentas; Eguzki es el astro sol que justifica el día y propicia las buenas cosechas; Ilargi es la luna que explica la noche y se relaciona con la feminidad y los muertos; Basajaun es el señor salvaje de los bosques; Lamia está asociada con las ninfas de ríos y remansos; y Akerbeltz se puede considerar como el señor de los animales. Pero también nos encontramos con seres como los Galtxagorri que explican los sucesos domésticos, los Jentiles que esclarecen la existencia de los monumentos megalíticos o las Sorgiñas que son el origen de los males que padece la población. La mayoría de estos mitos que han perdurado en la creencia colectiva hasta hace menos de un siglo tienen raíces paganas precristianas; algunas son fruto de las influencias foráneas como la celta o la grecorromana, pero constituyen una mitología que posee una idiosincrasia que la distingue de otras mitologías del entorno.
En la prehistoria, como en todos los pueblos primitivos, en el eje cantábrico-pirenaico debieron profesar creencias animistas y naturalistas. Las pinturas rupestres nos indican la existencia de ritos y prácticas espirituales del ser humano primitivo. En el Neolítico se vislumbra una creencia espiritual avanzada, ya que la monumentalidad dolménica demuestra un gran esfuerzo colectivo con el objeto de crear lugares sagrados para la celebración de ceremonias o rituales funerarios relacionados con algún tipo de creencia religiosa. La adoración al sol y la luna, que vino con las comunidades indoeuropeas que se asentaron en estas tierras, tuvo que tener su origen en el ideario religioso de la sociedad. Por otra parte, la profunda huella que ha dejado la Tierra como ente espiritual en todo el acervo mitológico vasco nos hace pensar que la creencia en la existencia de una Tierra Madre tuvo gran arraigo.
En la Edad de los Metales, por influencia de los pueblos celtas, las deidades y ritos foráneos se sincretizan con las creencias indígenas, constituyendo así una espiritualidad heterogénea. La construcción masiva de chromlech-es reflejan la existencia de rituales funerarios muy desarrollados que se pueden enmarcar en prácticas religiosas estructuradas. Pero, a partir del último milenio, antes de nuestra era, las ‘ciudades’ o poblados del territorio cantábrico-pirenaico vivían y se organizaban autónomamente y, aún teniendo rituales y creencias similares, poseían sus propios dioses y devociones locales, el horizonte mitológico era heterogéneo. Respecto a la tipología de la religiosidad de esta época, basándonos en lo que encontraron los romanos a su llegada, se puede decir que es una espiritualidad naturalista y politeísta, exenta de la personificación de divinidades.
En estos periodos prehistóricos, no hay evidencias de que se practicara una religión reglamentada y estructurada, pero cabe suponer que los chamanes de las tribus pudieron ejercer de sacerdotes y guías en los rituales establecidos, y la población era devota a las creencias espirituales locales. Por lo que podemos pensar que practicaban una especie de religión, aunque no una religión como la entendemos ahora.
De todas formas, según los historiadores, en este periodo la población no era nada uniforme y existía un conjunto de poblaciones independientes con creencias espirituales locales y heterogéneas, por lo que probablemente no existió una religión común y homogénea en tierras de Vasconia.
La llegada de la civilización romana fue un factor de homogeneización cultural, social y religiosa muy importante. Pero se constata por la epigrafía que la población también siguió adorando a deidades indígenas de corte naturalista y local. Ciertos mitos que han perdurado pueden tener origen grecorromano, como la lamia (de la Lamia clásica), Tartalo (de los cíclopes) o galtxagorri (de los dioses menores domésticos). Seguramente, hubo más dioses romanos adorados por los vascones, pero el fin de la hegemonía romana causó su propio declive y consecuente desaparición. Las estelas funerarias y los altares descubiertos con nombres éuskaros indican la asimilación de hábitos de expresión religiosos romanos. Por tanto, podemos dar por hecho que durante la romanización existió una religión vascónica politeísta con carácter propio; un universo religioso muy dispar y diverso, que recogía deidades del politeísmo grecorromano y los mitos ancestrales locales.
En la Baja Edad Media, al fortalecerse las relaciones de aquitanos y vascones en la época del Ducado de Vasconia, se dieron las condiciones para la confluencia de las creencias espirituales de los pueblos éuskaros. Después de la caída del imperio romano y antes de adoptar el catolicismo, las distintas deidades y seres locales adorados pudieron unificarse y crearse un panteón mitológico-religioso relativamente homogéneo, del cual pudo nacer el patrimonio mitológico hoy conocido, con su carácter naturalista indígena y las influencias grecorromanas. Debemos recordar, que en esta época de unificación política y sociocultural, entre los siglos V-VI, se pudo crear el llamado euskera común, del que habrían nacido los dialectos del euskera en épocas posteriores. Así lo exponía el prestigioso lingüista Koldo Mitxelena (1981):
“El siglo V y buena parte del VI debieron de ser tiempos por estos parajes, si no de liberación, sí al menos de extremo aflojamiento de dependencias externas de modo que, cuando la presión de los francos y la del reino de Toledo se dejan sentir a finales de este siglo (...). Todo esto tuvo que suponer cambios de adaptación a las nuevas condiciones: así disminuyó posiblemente la importancia de los lazos de parentesco y aumentó la jerarquización de la sociedad con la desigualdad consiguiente (tanto mayor, seguramente, cuando más abierta era la zona y más 'progresiva' la estructura de su sociedad). La que tuvo que crecer es el intercambio, la tendencia a una mayor unidad y centralización, con consecuencias inevitables, inmediatas o mediatas, sobre la lengua, desfavorables a la fragmentación y al aislamiento dialectal y favorables al establecimiento de formas comunes de la lengua, capaces de saltar por encima de las barreras comarcales y regionales.”
Tal como se dio la unificación lingüística y cultural, probablemente también sucedió con las creencias religiosas.
Posteriormente, la religión católica fue asimilada, poco a poco, hasta llegar a ser el eje central de la religiosidad y del modo de vida de la sociedad en toda Vasconia, tanto en los estamentos de poder como del pueblo llano. Aunque, paralelamente la población ha seguido manteniendo sus creencias paganas de mitos de carácter naturalista
Por tanto, ¿Podemos hablar de una religión singular propia de Vasconia?
En los periodos prehistóricos, podemos pensar que practicaban una especie de religión, no una religión como la entendemos ahora pero sí reglamentada y con sus dogmas, guiada por sus líderes espirituales; las pinturas rupestres y las construcciones megalíticas son indicios de ello. En la época de la romanización, también se practicó una religión con deidades del politeísmo grecorromano y los mitos ancestrales locales.
La mitología de Vasconia que hoy conocemos también puede provenir de una religión que existió. Pero, la mayor parte del corpus mitológico que disponemos procede de dos siglos atrás, recogido mediante testimonios a una población totalmente cristianizada, devota a los mitos católicos, y que mantenía paralelamente creencias mitológicas paganas con raíces antiguas. Son dos mitologías que han convivido durante siglos, pero la cristiana es la que tiene el estatus de religión, porque es la que posee rituales y mandamientos establecidos, lugares de culto, una estructura organizativa sacerdotal y una población fiel y devota. La mitología pagana vascona ha sido transmitida durante los años como creencias populares, y a pesar de tener un calado profundo en ciertos sectores de la población, primordialmente rurales, no hay constancia de que haya sido una devoción estructurada e institucionalizada. Se han recogido relatos folclóricos de personajes mitológicos y creencias de tipo mágico, pero con la ausencia de una construcción teológica coherente. Por lo que, no tenemos datos certeros que confirmen la existencia de una religión vascona reciente, pero sí podemos intuir, por comparativas e indicios, que la riqueza mitológica de Vasconia es vestigio de una religiosidad practicada por nuestros antepasados, tal vez de una religión reglamentada y homogénea que se configuró en la Baja Edad Media.
Joseba Koldo Alijostes Bordagarai
Vitoria-Gasteiz 2025
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